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sábado, 18 de noviembre de 2017

"Segundo de ikurriñas", nuevo avance de Historias de la chusma




Nuevo avance del libro "Historias de la chusma" de Oskar Bilbao. Segundo de ikurriñas.




Acontinuación podéis leer un nuevo avance de "Historias de la chusma" el libro de relatos de Oskar Bilbao que se presentará en Bilbao el próximo diciembre. Pronto más información. Es un excelente regalo para navidades y, si eres de Bilbao, mucho más. Luego la gente dice que no sabe qué regalar. Las aportaciones se hacen con Visa y es complentamente seguro.
Se necesitan mecenas para colaborar en la edición del libro. ¡Desde solo 14 miserables euros!! Además, disfrutarás de un precio mejor y serás invitado a la presentación donde recibirás las gracias por tu imprescindible colaboración como mecenas y tu ejemplar dedicado.

- Si quieres colaborar, este es el link del proyecto.
- Aquí tienes también algún pasaje del libro.
- Aquí el vídeo de promoción del libro.

Segundo de ikurriñas


El tío Manolo preguntó a Jorge:

—¿Qué estudia Maite?

Se refería a la nueva cuidadora. Jorge miró a su padre con cara de granuja y contestó:

—No estoy seguro. —Luego añadió—: Segundo de ikurriñas, creo.

Todos los mayores que estaban allí se rieron con su respuesta. Algunos incluso se troncharon. Aquello cundió muchísimo. Franco había muerto hacía poco, y Jorge tendría ocho o nueve años. Yo no tendría más de once o doce.

Cuando se marcharon los invitados, todos los hermanos ayudamos a mi madre a recoger los vasos y los platos. Luego, aquella misma noche, Txomin y yo conseguimos ver un capítulo de Kung Fu. Mis padres decían que era muy tarde y que tenía dos rombos, pero nosotros dejábamos la puerta de nuestro dormitorio abierta y la imagen del televisor se reflejaba en el cristal de la ventana, que hacía de pantalla. Con la persiana ya bajada debido a la hora, a mí, la primera vez que me fijé en aquel reflejo me pareció todo un descubrimiento. Nos sentábamos los dos en el suelo contra la cama, y escuchábamos el sonido que provenía de la otra habitación. Nuestra tele, en aquella época, aún era en blanco y negro pero ¿a quién coño le importaba eso si aquello era a lo máximo a lo que se podía aspirar?

Aún en esas condiciones, nos encantaba la serie. En aquel capítulo, Caine —aunque Txomin y yo al protagonista lo llamábamos Kung Fu— y otros mineros quedaban atrapados por un derrumbamiento. El aire se les acababa y se ahogaban pero, al final, alguien a porrazos lograba hacer pasar una tubería metálica entre los escombros, y se salvaban gracias al aire que llegaba a través de ella.

Kung Fu, como en todos los capítulos, demostraba su templanza y autocontrol. A mí aquello me fascinaba. No acaba de entender qué pintaba un chino en una película de vaqueros. Por todo eso, el planteamiento ya me atraía, aunque entonces, probablemente, no supiera exactamente por qué. Por otro lado, tampoco acababa de comprender en qué consistía aquella sabiduría, supuestamente oriental, que acompañaba al protagonista. Pero lo que sí sabía era que me cautivaban aquellos hipnóticos flashbacks en el monasterio entre el pequeño saltamontes y el maestro de ojos extremadamente brillantes.


Más tarde supe que David Carradine, en esa serie, le había quitado el papel a Bruce Lee que, desde hacía mucho, había sido mi preferido en las películas de artes marciales. Muchas de ellas, las daban en el propio cine del colegio. Al parecer, Bruce Lee era demasiado chino para los amplios ojos occidentales. Sin embargo, nunca por eso me ha dejado de gustar Kung Fu con David Carradine. De todas formas, es un hecho que hasta que Tarantino no lo rescató Carradine nunca logró superar el encasillamiento de aquel papel. Como a tantos. El día que me enteré de su muerte en aquellas circunstancias —tan alejadas de la templanza y la continencia— pensé que la serie era aún más grande y compleja de lo que yo ni Txomin nunca hubiéramos podido imaginar cuando teníamos 12 años.



Volví a mirar el reloj digital que marcaba ya las 08:14. ¡Habían pasado 20 minutos en 2! Txomin ya se había ido. Me vestí con la ropa del día anterior, cogí unas galletas, y llené la bolsa con los libros pertinentes. Salí y corrí.

Aunque nuestros padres eran nacionalistas, Txomin y yo íbamos a un colegio de curas en castellano. En aquella época, casi todo el mundo estudiaba en castellano, excepto algunos pioneros como mis primos. Mis tíos habían puesto dinero para crear la primera ikastola de Bilbao. En aquella época, para que fueras a una ikastola se tenía que dar al menos una de estas condiciones: que tus padres tuvieran dinero; que tus padres hablasen euskera; o que tus padres fueran muy nacionalistas.

De todas formas, la gran mayoría de la gente que cumplía las tres condiciones estudiaba en castellano. 40 años de doble represión habían dejado una huella indeleble.

Aquel año nuestro tutor era Don José María:

—Ya sabéis. Tenéis que elegir un personaje histórico al que admiréis por algo, y escribir una redacción sobre él. Podéis empezar ahora y la termináis en casa.

Yo me sentaba detrás de Allende, al lado de Aitor. Aurre estaba más a la derecha.

En aquella época el que no tenía una ikurriña en la carpeta era poco menos que idiota, y el negociante de Aitor aprovechaba para pulir pegatinas del PNV a diestro y siniestro. 10 pelas, que son pal partido, solía decir.

—Aitor, toma un duro. Es de Aurre. Dice que quiere una del dedo —dijo Allende por lo bajo. Algunos habían empezado ya a escribir.

—¿Una del dedo? Las del dedo valen dos —respondió Aitor con altivez. Ciertamente, él era el único de nosotros que había montado un negocio—. Mañana te traigo el otro duro, pero dámela ahora, ¿vale, Aitor? Por favor —susurró Aurre desde lejos.

Aitor puso cara, pero en seguida abrió su carpeta y de su interior extrajo un pequeño fajo de pegatinas, todas iguales, perfectamente troqueladas. Sobre un fondo con la ikurriña, mostraban a un tío con txapela que te señalaba con el dedo. Debajo ponía Euzkadik behar zaitu. La idea estaba fusilada del America needs you yanqui. Aitor cogió una cuidadosamente, se la pasó a Allende y éste se la dio a Aurre.


Antes de guardarse el duro en el bolsillo, Aitor apuntó algo en una libreta. Ser un comerciante no me parece nada malo, sin embargo, en clase había mucha gente que lo criticaba por ello. Pero me daba igual. A mí me gustaba Aitor. De hecho era, junto a Aurre, mi mejor amigo. Lo pasábamos increíble.

Las manos de Aurre pegaron con sumo cuidado la pegatina en su nueva carpeta. Luego la miró como quien se mira en un espejo con unos zapatos nuevos. En aquel momento, entró Gorrochategui, un niño de otra clase. Vi algo en su carpeta que, desde luego, me llamó la atención. La tenía forrada de banderas españolas, y de símbolos franquistas y falangistas.

—Don José María, el Padre Urtusagasti me ha encargado que le diga que vamos al patio a hacer gimnasia y que no lo espere a la salida.

Aurre y Allende miraban la carpeta de Gorrochategui con ojos de verlo y no creerlo. Aitor se puso de pie y, medio acurrucado entre pupitre y pupitre, gritó por lo bajo en plan consigna:

—¡Gorrochategui, fascista, cabrón, imperialista!

Inmediatamente se sentó. Por suerte para todos, Aitor no era tan tonto como para que Don José María le oyera.

—Gorrochategui ¿es un facha, no? —preguntó Allende con cara sorprendida.

—¿Os habéis fijado? Tenía la carpeta llena de banderas españolas —añadió Aurre, bastante excitado. Aitor sentenció:

—Es Miguel Gorrochategui, un imperialista. El sobrino de Dolores Gorrochategui, la alcaldesa.

—A ver, Ateka y Alberdi. ¿Queréis callar y empezar a escribir de una vez?

Yo no sabía sobre quién hacer la redacción. Lo único que se me ocurría era escribir sobre Iribar, o algo así. Pero no me parecía serio porque ya lo había hecho en los dos cursos anteriores. Fue entonces cuando miré a mi izquierda y me fijé en el folio de Aitor. No estaba escribiendo. Todo el tiempo que yo me había pasado intentando buscar un personaje él lo había empleado en dibujar. Lo hacía bastante bien. Hecho a bolígrafo, sobre la parte superior derecha de la hoja, se veía el retrato de un chaval joven con gafas y corbata que se me hacía vagamente familiar. Cuando Aitor consideró que su retrato estaba terminado, vi cómo empezaba a escribir:

TXABI ETXEBARRIETA.

He elegido a Txabi porque, además ser de un gran tío, fue alumno de este colegio.

sábado, 14 de octubre de 2017

Historias de la Chusma





Historias de la Chusma, primer libro de relatos de Oskar Bilbao, se publicará en diciembre de 2017.




El primer libro de relatos de Oskar Bilbao, Historias de la Chusma, se publicará principios de diciembre. El libro se presentará en un lugar de Bilbao por determinar durante ese mismo mes. El diseño de la cubierta correrá a cargo del artista Natxo Martínez Gorriz.


Para su edición, la asociación Kuletxov Factory va a poner en marcha durante los próximos días una campaña de crowdfunding en la plataforma Verkami. Aquí podéis ver el vídeo que incluirá la campaña.
A continuación tenéis 2 pasajes a modo de bocado de lo que será el libro:


El Modigliani




Aunque odio a los niños, mis hermanas y cuñados me habían obligado a disfrazarme de Olentzero aquellas navidades.
—Quiero una cámara de fotos con wifi, una mochila de La Patrulla Canina, un yoyó, y un juego para la Wii2 a medias con mi hermana Oihane.
Al principio, creí que aquello iba a acabar desbaratando mi plan, pero no fue así. Hacía años que no había hablado con C y sabía que sólo una llamada imprevista en un día imprevisto podría captar su atención.
—Hola, C, soy Koldo Hurtado. ¿Cuánto tiempo, eh?
—Ah, Koldo, sí mucho tiempo. Dime.
—Perdona que te llame en un día como hoy, pero creo que tengo algo que te puede interesar.
—Tengo todo el año que viene completo, ya lo siento.
—No, no es eso. He encontrado unos lienzos en una vieja nave de antes de la guerra. Creo que uno incluso podría ser de Modigliani. O de un discípulo. En la parte trasera del lienzo pone Cliff de Hory. Iba a llamar a Icaza, pero creo que no está a tu nivel.
Aunque era Nochebuena, C mordió la cucharilla como una lubineta. Yo conocía sus puntos flacos y estaba dispuesto a aprovecharme de ello. Pronto vi, además, que el hecho de que mis hermanas y cuñados me hubieran endosado a última hora aquel muerto no iba a ser en absoluto un obstáculo. A fin de cuentas, todo el mundo tiene que hacer algo en Nochebuena. C, por ejemplo, me dijo que iba a cenar con la familia de su atractiva esposa.

A pesar de que no me daba tiempo para poder pasar por casa a cambiarme, no quise retrasar la hora de mi cita con C. Al fin y al cabo, ir vestido de Olentzero en Nochebuena no es algo tan raro.
Lo vi llegar  a lo lejos por la Gran Vía. Lo reconocí en seguida por su andar falsamente seguro. Mi sorpresa fue mayúscula a medida que se acercaba. Cuando cruzó a la Plaza Elíptica vi claramente que él también venía vestido de Olentzero. Encima del disfraz llevaba un abrigo caro negro, estrecho por la cintura. Aquello, junto a la txapela, las medias de lana blanca y las abarcas de cuerdas, lo hacía parecer aún más ridículo que yo mismo. No se había quitado ni la barba. En ese instante me di cuenta de que yo tampoco. También recordé entonces que aún llevaba el saco de carbón atado a mi espalda. Mi hermana Eunate me lo había cosido para así poder agarrar a los niños en brazos sin que me molestara, y se me había olvidado quitármelo.
C seguía caminando hacia donde yo me encontraba. Me vino la imagen de dos Olentzeros reunidos en medio de la Plaza Elíptica a las doce de la noche. Los chavales que habían quedado en la fuente miraban con cara de mosqueo. De inmediato, intenté apartar aquella visión de mi pensamiento para poder concentrarme mejor.
Yo había conocido a C al terminar la carrera. Ambos éramos dos jóvenes con ganas de ser reconocidos como artistas. Su problema era que no tenía talento ni para hacer fractales. Mi problema, sin duda alguna, fue C.
Ocurrió hace exactamente 23 años. Era invierno y mi amiga Ana Ezkurza había organizado una exposición de artistas de la India y Pakistán. La exposición, aparentemente, había sido un gran éxito si nos ateníamos a los periódicos o a las diferentes emisoras. Incluso se emitió un reportaje en la tele de entonces. Pero no se vendió un solo cuadro.


(...)

Continúa en el libro. ¡Colabora como mecenas!


 


Toumani



—¿Entiendes, o no entiendes?
—Claro que entiendo.
—Me parece que no me estas entendiendo —contestó Óscar ya algo cansado.
—Te estoy entendiendo perfectamente —repliqué yo categórico.
Óscar se frotaba la barbilla con nerviosismo. La piel blanca de sus brazos contrastaba con el azul y el rojo de sus tatuajes. Tras mirar por un momento al suelo, se dirigió a mí por última vez:
—Ya veo que no entiendes nada —se dio la vuelta y se marchó contrariado.

Yo acababa de terminar el curso de Auxiliar de Geriatría y no llevaría allí ni una semana. Hacía solo unos días que había conocido a Óscar. Y a Julio.
—Buenos días, Julio.
—Buenos o normales, que tampoco hay que exagerar.
Julio tenía 88 años y, según él, había vivido la vida a tope. Había pasado sus días, hasta hace relativamente poco, viviendo con su difunto hermano Rodolfo, soltero como él. Cuando se quedó solo decidió ingresar en Gereño.
—¿Qué? ¿Ya han bajado los walking?
            —Están ya todos colocados —dije yo sonriendo—, la única que se movía un poco era Dolores. 
Julio se refería a los de la planta baja. Luego, en tono más apagado, añadió:
 —A algunos da miedo mirarles… no te vayas a convertir en uno de ellos.
La verdad es que todos los de aquel grupo, aunque suene duro decirlo, eran más vegetales que personas. A mí, como era nuevo y aún estaba en prácticas, no me dejaban atenderlos. Me habían asignado a los más vivos. Y entre ellos estaba Julio. ¡Qué tío!

—Hola, moreno, ¿qué vamos a hacer hoy?
—Tú no sé, Julio, pero yo, trabajar.
Aunque, por supuesto, era excepción en aquel lugar, Julio iba al cine todas las semanas. Además, alguien le había regalado una tablet en la que veía películas, series, y quién sabe qué más. Julio no tenía parientes directos y nunca vi que nadie viniera a visitarlo.

La primera vez que vi a Óscar, en cambio, no fue en Gereño. Había sido un día en el que yo estaba con mis amigos del equipo de fútbol. Alguien propuso entrar en un bar donde había un concierto. Óscar tocaba la guitarra. El grupo no era bueno pero iban vestidos con pintas de vaqueros, y con eso y el tupé de Óscar trataban de suplirlo.
Desde ese instante me quedé con su cara. Además, en ese mismo concierto a Oscar se le cayó una jarra de cerveza sobre una chica empapando su peinado súper cardado, y esparciendo cientos de añicos de jarra por todo el bar. Y es que Óscar tenía todos los boletos para ser un desastre. Uno de esos tipos de los que hablaban en los programas de integración y de los que me da pánico ser pero que, por alguna razón, me hacen gracia.

(...)

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