viernes, 30 de septiembre de 2011

El Sirviente/The Servant. Joseph Losey. 1963. G.B. B/N



Intérpretes: Dirk Bogarde (Hugo Barrett), James Fox (Tony), Sarah Miles (Vera), Wendy Craig (Susan).


Aún recuerdo la noche que ví "El Sirviente" de Joseph Losey una madrugada en el Cine-Club de La Dos. Yo y mis compañeros de piso no habíamos oído hablar nunca de este film, pero fue empezar a verlo y ninguno de los tres pudo ya abandonarlo.

Y es que esta es, sin duda, la mejor cinta que he visto (aunque su obra fue prolífica y me es bastante desconocida en su conjunto) de este estadounidense exiliado a Inglaterra debido a la caza de brujas del ya lejendario -y nefasto- senador McCarthy.

Mi otra favorita de Losey es "The Go-Between/ El Mensajero" (1970) que fue palma de oro en el festival de Cannes. También recuerdo el impacto que me causó el verla, siendo aún un adolescente. Y es que el cine de Joseph Losey puede que no sea fácil, pero es de los que deja huella, porque llega. Y eso lo pueden decir pocos.

"El Sirviente" es una grandísima película que abarca diferentes temas y, sobre todo, numerosos fantasmas humanos. Algunos la consideran sobrevalorada. No es el caso, según mi punto de vista.

La acción transcurre en Londres a principios de los sesenta y cuenta la historia de Anthony Mounset (James Fox) un aristócrata, aparentemente altivo, soltero y con novia formal, además de vago e inútil. Éste se traslada a su nuevo piso de soltero y contrata a Barrett (Dick Bogarde), como asistente doméstico, desarrollándose entre ellos una extraña y compleja relación de dominación y sumision y, finalmente, degeneración.


Para realizarla Losey se basó en el libreto teatral del gran Harold Pinter (reciente Premio Nobel en la época). No fue el único fruto de esta gran colaboración. Tras esta vendrían dos más: Accidente (1967); y la ya citada El Mensajero.

Hay que decir que "El Sirviente" es un film muy rico y abierto que no envía mensajes explícitos, sino que busca provocar al espectador mediante la sugerencia y la extraña evolución de la relación entre los dos personajes.

Los primeros momentos la película dejan ya entrever que, bajo la coraza de altivez y desprecio que, en un principio, trata de mostrar Anthony; hay algunas pasiones ocultas en él que le alejan mucho de llevar una vida como la que, en teoría, le correspondería. Es significativo, aunque a la vez muy sutil, como al ir a entrevistar a Barret para el puesto, Anthony le acaba dando él mismo una pequeña y nerviosa explicación de por qué prefiere a alguien del sexo masculino en vez de a una mujer para el puesto.

Y es que la homosexualidad está latente en todo el film y es por ello que "El Sirviente" es también un film de culto en determinados cículos gays.

Losey mide magistralmente el tempo del film. Barret se irá valiendo de todo tipo de pequeños detalles e inseguridades del dueño de la casa ("conozco tu secreto", le dice enigmáticamente a mitad del metraje) para, poco a poco, ir imponiendo su voluntad y conquistar su confianza (y admiración): primero logra el alejamiento de su novia, para proseguir con la introducción en la casa de su hermana Vera (una Sarah Miles muy inspirada y adecuada), para que seduzca al dueño y lo domine también sexualmente.


Con estas premisas y ayudado por la extraordinaria fotografía de Douglas Slocombe, el director logra una puesta en escena magistral e inquietante valiéndose de encuadres, espejos, escaleras, teléfonos, grifos, lluvia, nieve, luces y sombras, consiguiendo una atmósfera realmente turbadora, que es la culpable de que, tanto yo como mis amigos, no nos moviéramos del sofá, a pesar de que la película tuviera subtítulos pequeños y la dieran a las 12 de la noche.
Por último decir que la música de saxo y piano y la extraordinaria y subversiva interpretación de Dick Bogarde hacen el resto.

Un gran película que ahora podemos disfrutar en todo su esplendor, tal y como hice yo, en el ciclo que se de dedica al autor en la Cinemateca de la Alhondiga.

VALORACIÓN: 9










lunes, 26 de septiembre de 2011

El Arbol de la Vida (2011) Terence Malick





Era natural que una persona como yo, que alguna vez se ha definido como Grouchista-Darwinista, se sintiera atraído por una película cuyo título reza “El Árbol de la Vida”.

Fiel a mis costumbres,me abstuve de leer apenas nada acerca del film y llegué casi virgen a la sala. Tenía conocimiento de las quejas de Sean Penn –uno de mis preferidos- acerca del desmesurado recorte de su papel, supuestamente protagonista, en el montaje final. Poco más sabía. Mi acompañante, aún tenía menos noticias que yo. 


En esas condiciones nos sentamos en nuestras butacas para asistir a la proyección. Al rato de empezada ésta, y antes de la media hora de metraje, 4 siluetas se alzaron y abandonaron la sala. No fueron los únicos. Otros muchos se quedaron, pero los abucheos proferidos por buena parte del aforo tras el plano final que cerraba el film, dejaron bien claro que daban la razón a los cuatro pioneros (y a su posterior goteo de imitadores). Y es que El Árbol de la Vida tiene mucho de Einseinstein. Y eso no es normal en el cine actual. Los espectadores no estamos acostumbrados a ello. En esa sala me quedó claro que al gran maestro ruso, hoy día, no lo salva ni Brad Pitt.


Yo pertenezco al grupo al que la película le gustó y no le aburrió. Disfruté con ella, aunque he de decir claramente que su desconcertante epílogo final me parece muy fallido e incluso exasperante. En la línea del de “El cielo sobre Berlín”, una gran película con un final muy insufrible, sin duda.
El detonante del film es la muerte, probablemente en la guerra, del mayor de los 3 hijos de una familia estadounidense. La voz en off de la madre -una sensacional Jessica Chastain- nos habla de las dos maneras de encarar la vida que le enseñaron desde niña: la de la Naturaleza -o sea, la de Darwin y el panteísmo- y la de lo Divino, es decir, la de los judíos, cristianos y musulmanes. Ella, deja claro que opta por lo divino. ¿Y por cuál opta Terence Malick? Más adelante hablaremos de este transcendental tema.

A partir de ahí, la narración de la historia de la vida de la familia se contrapone a la Historia de la Vida con mayúsculas. Malick no se corta y con un montaje muy intelectual -usando el término acuñado por las grandes teóricos del montaje soviético- nos narra durante casi 30 minutos, en imágenes y sin palabras, el principio de los tiempos hasta hoy: el Big Bang, la formación de las primeras criaturas vivientes en la tierra; más tarde los dinosaurios, las aves y, por supuesto, el hombre y la mujer hasta nuestros días.

La narración convencional del film bascula entre la época actual y, sobre todo, los años 50. Sean Penn, interpreta a un ejecutivo de una gran compañía norteamericana actual. La muerte de su hermano está aún muy presente en él. También lo está la relación con su extremadamente estricto padre y la equivocada educación que éste les dio. Un educación rígida y espartana, que confunde el respeto con el miedo y el temor con el amor. La madre, en contraposición, es todo dulzura, amor y comprensión. Elección que, a la postre, se mostrará -sufrimientos inevitables, aparte- como la correcta y acertada.

 Y es que la película es una continua sucesión de contrastes. Amor/Temor. Dios/Naturaleza. Rigidez/Dulzura. Tiempo actual (siempre subjetivo, no lo olvidemos) / Tiempo pasado (igualmente subjetivo). Leyes y usos de ahora / Leyes y usos de ayer (y del protoayer). 


Y ese es el juego que nos propone Terence Malick. La importancia subjetiva, relativa y dinámica que tienen los acontecimientos y normas más relevantes de la vida. Lo que hoy vale mañana está olvidado. Nada tienen que ver las leyes de la época de los organismos unicelulares de hace millones de años, con las de los posteriores dinosaurios, ni con las de los griegos. Y mucho menos con nuestras normas (aunque todas ellas fueran reinas por un día. En su momento, claro). Como nada tienen que ver el mundo y las normas del personaje de Sean Penn (actualidad) con el de Brad Pitt (años 50) . Nada y todo, por supuesto. Porque la historia de la vida suma y sigue, y, en el fondo, sigue siendo la misma. Sólo evoluciona. Y de eso habla el director estadounidense.



Sobre la postura que toma Malick acerca de lo divino y lo humano, hay quien ha querido ver un alegato a favor de lo divino. Otros, incluso -pertenecientes, sin duda, al grupo de los que abandonó o hubiera abandonado la sala-; han llegado a  hablar, con displicencia, de una “película de testigos de jehová".
Y es que es cierto que el personaje de la madre, dulce y amorosa, triunfa sobre el del padre rígido y malpensado, según avanza la narración. La cita bíblica del libro de Job con que se inicia el film puede también resultar engañosa. Pero, bajo mi punto de vista, eso es quedarse en la coraza de la película.


Yo pienso que difícilmente una persona que cree que arriba hay un señor mirándolo todo, pueda dejar de salir con un mal cuerpo de esta película.

Y es que la postura de Malick, aunque algo críptica sin duda, es clara. Él no cree en ese dios sádico que crea tsunamis y se lleva inexplicablemente a nuestros hijos. Por que si no, ¿a qué viene esa parte de película que, además, irrita (y no precisamente por motivos religiosos) a tantos y tantos espectadores ? Me ha extrañado no leer apenas sobre este punto entre los críticos y demás. ¿Vosotros qué opináis? Podéis votar en la encuesta de la derecha.
En definitiva, un film complejísimo, necesario y no apto para todos los gustos.

Mi calificación: 8,5

PD: Próximo post acerca de "El Sirviente/The Servant" del gran Joseph Losey.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Ladrones en la Noche (1984) Samuel Fuller

 






Confieso que desde hace ya bastantes años, he  sentido cierta atracción por Samuel Fuller (1912-1997), director de la película que hoy nos ocupa y con la cual inauguro este blog. Esa simpatía, sin duda, tiene su origen en el hecho de que, en Europa, desde hace mucho tiempo, se le ha considerado como un director de culto; habiendo recibido el reconocimiento de los redactores de Cashier du Cinema a lo largo de décadas y, sobre todo, de grandes cineastas como Jim Jarmush, los hermanos Kaurismaki -recordemos Tigrero, La Película Que Nunca Se Hizo de Mika Kaurismaki  1993-, a los que podríamos añadir, Claude Chabrol -que interpreta un papel en Ladrones en la Noche-, Jean Luc Godard, Win Wenders, Joe Dante y un largo etcétera.


Sin embargo, esa atracción, rara vez  se ha visto refrendada de cinematográficamente. Y confieso que siempre que me he dispuesto a ver un film del norteamericano me he acercado a él con la máxima disposición de disfrutar de, al menos, una buena película.


Lo mismo me ocurrió este miércoles en la cinemateca de la ciudad, al ir a ver Ladrones en la Noche, uno de sus últimos trabajos, rodado en Francia en 1983. 

El film es pobre de solemnidad. El guión, escrito al alimón por Fuller y el escritor de la novela en la que se basa, Olivier Beer; es esquemático, en el peor sentido del término. Apenas hay profundidad en los personajes. La puesta en escena no supera tampoco al libreto: sucesión de planos secuencia -por llamarlos de alguna manera- estáticos donde los haya; sin apenas movimiento, ni interno ni externo. 

La verdad es que confieso que no suscitó ningún interés en mí, a pesar de mi ya comentada disposición. 

¿Quizás era un SF en horas bajas al final de su carrera y con problemas graves de producción? 
La verdad es que sus obras más alabadas, léase Manos Peligrosas (1953) , Underworld USA (1961) o la casi coetánea Perro Blanco (1982),  aun siendo superiores al film que hoy nos ocupa, tampoco causaron gran mella en mí. Y con permiso de Quim Casas, las considero muy sobre valoradas.

A pesar de todo esto tengo que reconocer que Samuel Fuller, el inconformista, el físico, el independiente, el  virulento, el siempre libre de ataduras; sigue contando con mi simpatía. Quizás la razón de todo, sea que era un gran tío, con dos cojones que se las ingeniaba para caer bien a todo tipo de gente. ¿O será que hay algo que yo no veo? Vosotros me diréis. Un saludo y prometo que mi próximo post cinematográfico estará redactado en tono más positivo.










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