miércoles, 5 de enero de 2022

El Modigliani (pasaje)

 



El Modigliani (pasaje)

Aunque odio a los niños, mis hermanas y cuñados me habían obligado a disfrazarme de Olentzero aquellas navidades.
—Quiero una cámara de fotos con wifi, una mochila de La Patrulla Canina, un yoyó, y un juego para la Wii2 a medias con mi hermana Oihane.

Al principio, creí que aquello iba a acabar desbaratando mi plan, pero no fue así. Hacía años que no había hablado con C y sabía que sólo una llamada imprevista en un día imprevisto podría captar su atención.
—Hola, C, soy Koldo Hurtado. ¿Cuánto tiempo, eh?
—Ah, Koldo, sí mucho tiempo. Dime.
—Perdona que te llame en un día como hoy, pero creo que tengo algo que te puede interesar.
—Tengo todo el año que viene completo, ya lo siento.
—No, no es eso. He encontrado unos lienzos en una vieja nave de antes de la guerra. Creo que uno incluso podría ser de Modigliani. O de un discípulo. En la parte trasera del lienzo pone Cliff de Hory. Iba a llamar a Icaza, pero creo que no está a tu nivel.

Aunque era Nochebuena, C mordió la cucharilla como una lubineta. Yo conocía sus puntos flacos y estaba dispuesto a aprovecharme de ello. Pronto vi, además, que el hecho de que mis hermanas y cuñados me hubieran endosado a última hora aquel muerto no iba a ser en absoluto un obstáculo. A fin de cuentas, todo el mundo tiene que hacer algo en Nochebuena. C, por ejemplo, me dijo que iba a cenar con la familia de su atractiva esposa.

A pesar de que no me daba tiempo para poder pasar por casa a cambiarme, no quise retrasar la hora de mi cita con C. Al fin y al cabo, ir vestido de Olentzero en Nochebuena no es algo tan raro.

Lo vi llegar a lo lejos por la Gran Vía. Lo reconocí en seguida por su andar falsamente seguro. Mi sorpresa fue mayúscula a medida que se acercaba. Cuando cruzó a la Plaza Elíptica vi claramente que él también venía vestido de Olentzero. Encima del disfraz llevaba un abrigo caro negro, estrecho por la cintura. Aquello, junto a la txapela, las medias de lana blanca y las abarcas de cuerdas, lo hacía parecer aún más ridículo que yo mismo. No se había quitado ni la barba. En ese instante me di cuenta de que yo tampoco. También recordé entonces que aún llevaba el saco de carbón atado a mi espalda. Mi hermana Eunate me lo había cosido para así poder agarrar a los niños en brazos sin que me molestara, y se me había olvidado quitármelo.

C seguía caminando hacia donde yo me encontraba. Me vino la imagen de dos Olentzeros reunidos en medio de la Plaza Elíptica a las doce de la noche. Los chavales que habían quedado en la fuente miraban con cara de mosqueo. De inmediato, intenté apartar aquella visión de mi pensamiento para poder concentrarme mejor.

Yo había conocido a C al terminar la carrera. Ambos éramos dos jóvenes con ganas de ser reconocidos como artistas. Su problema era que no tenía talento ni para hacer fractales. Mi problema, sin duda alguna, fue C.

Ocurrió hace exactamente veintitres años. Era invierno y mi amiga Ana Ezkurza había organizado una exposición de artistas de la India y Pakistán. La exposición, aparentemente, había sido un gran éxito si nos ateníamos a los periódicos o a las diferentes emisoras. Incluso se emitió un reportaje en la tele de entonces. Pero no se vendió un solo cuadro.

domingo, 28 de noviembre de 2021

"Historias de la chusma": reseña y entrevista a Oskar Bilbao

 

 

Ante la inminente publicación de Historias de la Chusma (Vol. II) de Oskar Bilbao Goioaga reproducimos aquí el artículo de Manu López Marañón sobre el primer volumen y la entrevista con el autor publicada en la desaparecida revista literaria Cita en la Glorieta a comienzos de 2020.

HISTORIAS DE LA CHUSMA. Oskar Bilbao. Kuletxov Factory (2018)

Para comenzar año –y década– en Cita en la Glorieta, elijo un género que siempre da satisfacciones. En esta misma revista me he ocupado con anterioridad de libros de relatos como los de Marcos Ordoñez, Hipólito G. Navarro, Alberto Marcos, Amalia Hoya o Xenia García entre otros grandes. Y al cerrar cualquiera de esas obras siempre llego a la conclusión de cómo, en España, vive el cuento una edad de oro; de cómo es una auténtica lástima que estos autores carezcan aún del reconocimiento crítico que merecen y del favor de un público mayoritario al que, a todas luces, está llamado su talento.

Cuando viví en Buenos Aires comprobaba asombrado cómo los cuentistas gozan del fervor popular, cómo allí venden incluso más que los novelistas. No hay un solo autor de novela que descuide su producción de relatos. Aquellos procedentes de los maestros indiscutibles de la primera mitad del siglo XX (Borges, Cortázar, Arlt, Quiroga) tenían ya relevo en autores que no se quedaban atrás: 1993 me descubrió a Ricardo Piglia, Rodrigo Fresán, Roberto Fontanerrosa… Todos alternando novela y cuento con idéntica pasión, la misma de la que no carecen hoy talentosos creadores del género breve como son Ariana Harwicz, Samantha Schwebling o Félix Bruzzone, quienes gozan en Argentina de una parroquia fiel que aguarda la aparición de sus nuevos títulos y que muchos autores de aquí ya querrían tener.

En España la situación dista mucho de la que hace gala el entendido porteño.

Excepcionales libros de relatos, a la altura de cualquiera de los escritores citados, como este «Historias de la chusma» (Oskar Bilbao; Bilbao, 1967) pasan desapercibidos incluso en la ciudad natal de su autor. A las pocas ganas del no menos escaso lector a la hora de catar este tipo de narraciones colabora que el poder establecido y la prensa estén aliados para el ninguneo de cualquier novedad cultural, y no digamos si encima es de valía. Lo habitual en esta provincia –y no creo que en otras la cosa cambie– es fomentar año tras año a la triunfante mediocridad, en el caso que me ocupa literaria, poniendo a sus pies mesas principales de librerías, espacios preferentes en secciones de cultura o suplementos literarios.

Ferias del libro para los dos idiomas, pomposos anfiteatros de biblioteca municipal con alfombra roja y aparatosos centros culturales de abundantes salas vacías (que resultan imposible de prestar para, por ejemplo, presentar la novela de un bilbaino); unas instalaciones estas –a cuya edificación y mantenimiento, hay que apuntar, también contribuimos los no fomentados– que escenifican cada temporada tanto inane boato… ¿Tan adocenado está el lector como para tragarse el mismo menú sin tan siquiera torcer el gesto? Y si faltaran, si no hubiera suficientes celebridades para alimentar este circo, pues los traemos de fuera, que candidatos siempre sobran y suelen venir encantados a la llamada de esta polis del Cantábrico, tan culta y hospitalaria...

Sin presencia en las librerías bilbainas, me entero de la existencia de «Historias de la chusma» por coincidir, –un año después de su edición–, con su autor en una fiesta de cumpleaños. Muy penoso. Por eso resulta vital que en revistas como Cita en la Glorieta prestemos generoso espacio a este tipo de obras, minoritarias a su pesar; que junto a autores distribuidos y que –también es cierto– se ganaron a pulso su presencia en librerías y medios, nos ocupemos de visibilizar a narradores como Oskar Bilbao. Desde el convencimiento de que la gran literatura anida hoy mayoritariamente en estos libros, por lo menos desde estas páginas, y gracias al apoyo de nuestros fieles lectores (ávidos de novedades con sustancia), buscamos que sus «invisibles» artífices consigan una parte del reconocimiento que merecen.

La principal cualidad que hallo en los 18 relatos que componen «Historias de la chusma» es que en todos, del más breve al más extenso, el autor sabe mantener la tensión continuamente exacerbada que define al cuento bien parido. En ningún momento parece que estemos ante una obra literaria primeriza; desconozco el tiempo que Oskar Bilbao haya invertido en estas 187 páginas de debut, pero por el acabado que presentan sus piezas no me cabe duda de que han sido pulidas hasta la extenuación. Su brillantez, y en no pocas ocasiones, la perfección literaria, así lo atestiguan. De cada relato uno sale noqueado, como decía Julio Cortázar que tenía que terminar el lector de un cuento inolvidable. Es necesario pasarse la esponja por frente y cogote para pasar al siguiente… Dos o tres cuentos por día son los que he podido encarar para su reseña, más hubiese resultado temerario.

Otro rasgo sustancial de esta colección es la aparente facilidad con la que el autor, en pleno relato imaginario, introduce momentos, episodios, situaciones y personajes que al lector poco cuesta suponer procedentes de una experiencia directamente vivida, y que permean la narración con naturalidad. He dicho facilidad aparente porque nada más complicado para un escritor que verter en su obra de ficción –del tipo que sea– significativos acontecimientos disfrutados o padecidos por él mismo y que él considera inevitablemente narrables. ¡Cuántos cuentos y novelas naufragan por esta resbaladiza apuesta personal! Podría citar bastantes relatos en los que vivencias apenas camufladas no traspasan al texto con llaneza, al contrario, en las que su ubicación está tan de más como un político en una biblioteca. Oskar Bilbao no ve razón para semejante rechazo e incorpora pasajes significativos de su biografía a lo que está inventando (en varios cuentos aparece como Oskar u Óscar, para que nadie albergue dudas al respecto). Como lector la impresión que me produce su apuesta, en todos los casos, es que lo imaginado y lo no imaginado se amalgaman en la ficción total del relato. ¿Talento, técnica? Da lo mismo: los cuentos así armados acaban por resultar modélicos.

El tono general de los 18 cuentos es duro, amargo, a veces acongojante. No es la primera vez que me pasa que no me rio nada leyendo un relato humorístico o viendo una comedia y, sin embargo, en narraciones dramáticas la carcajada se me desata en momentos inconvenientes para el resto de lectores y espectadores. En varios relatos de Oskar Bilbao, realmente peliagudos y que reflejan situaciones límite, me ha pasado esto. Luego le preguntaré si lo encuentra excusable.

Los cuentos no siguen agrupamientos, pero trato de reunirlos para resaltar mejor algo de cada uno.

En el grupo más numeroso, ese que podemos denominar «cuentos de farras y rock ‘n’ roll» tenemos a Los Falsificadores [6], donde a través de la semblanza que el autor presenta de Santi, líder de un grupo musical, se hace un recorrido por aquella juventud glamurosa del Bilbao de los 80-90, recordada con nostalgia y escarmiento. En Me confundían con Alaska [7] dos vecinos ofrecen una cínica semblanza de una joven que vivió a tope la Movida Madrileña. Convertida en una mujer contradictoria y decadente la conclusión del cuento es de recibo. En Espíritu Santo [8] un yonqui madrileño se explaya rememorando ambientes del submundo de la droga a finales de los 90. Este relato sin sombra de piedad incluye el hallazgo de un famoso rockero reventado por la heroína. En busca de la marcha [11] es el inmisericorde trayecto de una noche de juerga que desemboca en un after donde Iñaki y Jorge ligan con Sofía y una morena con coleta. Sus afanes radiografían el desfase al que se llega en esas noches. En Un artista romántico [15] encontramos retratos de diferentes músicos vascos que bipolarmente pasan de entusiasmos contagiosos a los más tremendos bajones. Así Edu, virtuoso baterista, prueba con varios grupos punteros hasta terminar en bandas anodinas. No mejor acaban Asier Fuentes, anárquico guitarrista, o el mítico cantante Juantxu Ispizua. La atmósfera de este cuento me traslada a «Mensaka», la novela de Mañas llevada al cine por Salvador García. En el festival de blues [16] tras ver tocar a unos meritorios octogenarios, 4 amigos se dirigen a un pub para oír a los Mustang. Con una buena dosis de rock en su cuerpo Oskar liga con una espectacular cincuentona, pero su asedio es interrumpido por la inevitable amiga plasta que ni come ni deja comer.

 

Ídolos del rock caídos.

Tres cuentos dan constancia del cosmopolitismo de Oskar Bilbao, de su dominio de varios idiomas. Txabi Zeruko, Ana Frank y El Pantera [13] nos lleva al Amsterdam de los ocupas, los coffee-shops y los conciertos de rock, donde destaca Txabi Zeruko, gloria del rock vasco. En Zombie [14] viajamos al ambiente un tanto naif de un festival de cine fantástico en Bucarest. Unos aficionados versionan «Zombie» de los irlandeses Cranberries, lo que lleva al autor a establecer comparaciones con la música vasca. Hay un cuento, el [12], que si bien se desarrolla en Bilbao supone un viaje de no menores consecuencias para el espíritu. El Cirrosis es el típico bar de las afueras presentado con la dosis de desolación y derrota consustanciales a estos locales. Esa inmanencia es rota por la inopinada aparición de una guapa cuarentona a la que solo un vivaz parroquiano tratará de ligar.

 

                       

             Un coffe-shop en Amsterdam.             La calle Covaci de Bucarest.

Dos cuentos «on the road» presentan sendos e inolvidables trayectos. Bilbao-Miranda [5] cuenta el viaje de 4 yonquis a Madrid para llevar 50 kg de cocaína en el maletero de un coche con una furgoneta de lanzadera en la que viaja el narrador. La sucesión de chapuzas que consiguen acumular estos figuras no conoce límite. El desenlace del relato, repartido entre un asador de cordero y un puticlub, por su patetismo, nos lleva, por si antes alguien no se había dado cuenta ya, a las mejores pelis de los Coen. El cuento hace llorar. Pero a mí, de risa. En Bla bla bla [10] Oskar Bilbao pone en solfa la moda de los coches compartidos –los «blablacar»–. El grupo aquí reunido es de treintañeros y la sucesión de temas (el medio ambiente, la universidad, el trabajo o las religiones) podrían haber generado algún debate, pero la realidad es distinta.

Venganzas sutiles y descaradas vertebran los primeros relatos del libro. En El Modigliani [1] Koldo Hurtado aguarda 23 años para vengarse de un compañero de carrera que compró un cuadro que él tenía apalabrado y que luego resultó tener gran valor. A Toumani [2], un geriátrico que alberga personalidades curiosas, va a trabajar el enfermero Óscar, quien se fija obsesivamente en el octogenario Julio. Solo teatro [3] cuenta cómo el dogmatismo docente de Carmela Expósito se ve arrinconado ante las socráticas preguntas de una alumna que no se amilana hasta lograr su propósito.

Habiendo para elegir, hay 2 relatos que me llegan muy adentro y que por eso considero mis preferidos. En Segundo de ikurriñas [4] acaba de morir Franco y los alumnos de un colegio de curas viven momentos convulsos. Junto a las primeras palabras en euskera y las pegatinas de tipo político conviven en el centro otros alumnos con símbolos de Falange en sus carpetas y profesores como el cerril don José María, agresivo en su dogmatismo imperial. La figura de Txabi Etxebarrieta, primer etarra muerto en un enfrentamiento armado con la Guardia Civil desde entonces un icono para la izquierda abertzale, contrasta eficazmente con ese alumno amigo del narrador Aurre cuya familia debe dejar Bilbao y emigrar a Albacete solo porque el padre trabaja en Iberduero. A Oskar Bilbao le bastan 15 hojas para precisar ese significativo momento de la realidad vasca. La primera vez [9] cuenta la historia de amor entre un patinador y la fotógrafa que lo graba de forma obsesiva mientras entrena. El romance peligra por la aparición de Kerman Pradera, vanidoso skater que compite con Jon en un campeonato local. La indecisa pero práctica fotógrafa Sara esperará a los premios para decidirse.

Jon demostrando a Sara lo bueno que es.

Para el final deja el autor dos rarezas, dos cuentos que nada tienen que ver con el resto, y que posan sobre el libro un atractivo aroma misceláneo. En La prisión [17] un recluso aficionado a las plantas y la jardinería oculta en esos trabajos sus obstinados deseos de fuga. Cuento de inspiración borgeana, donde nadie es quien parece ser, exige una atenta lectura para no desconcertarse del todo ante su desenlace. Planeta Einstein [18] describe la vida cotidiana en esta colonia planetaria con más de 300 humanos. La llegada de una nueva tanda de pobladores, en la que está incluido un joven rubio y de ojos azules llamado Abdul García, cambiará las cosas allí.

El debut de Oskar Bilbao en el mundo de las letras se salda con altísima nota. Personas bienintencionadas de su entorno le insistirán en que ya está maduro para dar el salto y afrontar su primera novela… No vamos a ser nosotros quienes nos opongamos a semejante reto, pero eso sí, siempre que Oskar no abandone su faceta de cuentista y nos regale pronto otra joya como «Historias de la chusma». 

PD: El libro no tiene muy buena distribución. Si quieres comprar un ejemplar de «Historias de la chusma» pulsa: 

http://nikoleize-elblogdenikoleize.blogspot.com/2017/12/historias-de-la-chusma-hazte-con-tu.html.

ENTREVISTA CON OSKAR BILBAO:

 

1. La noche y el rock ‘n’ roll temas preferentes en «Historias de la chusma».

Hasta en 8 cuentos de tu libro la noche y la música tienen papel destacado. Los protagonistas, lo mismo en Bilbao que en Madrid, como en Holanda o Rumanía, apuran sus salidas hasta el límite. Alcohol y drogas dejan su inexorable marca sobre ellos.

Oskar, ¿eres consciente de haber dado una imagen poco complaciente de la vida nocturna en las ciudades?

La verdad es que no lo había pensado, pero, ahora que lo dices, probablemente así sea. Sin embargo, creo que a lo largo de todo el libro se percibe una simpatía hacia ese tipo de personajes. Hace ya bastante tiempo que descubrí que por la noche se conoce a la gente más loca.

Centras estos relatos en épocas ya lejanas como los primeros 80 o los 90, que, sin duda, conociste en profundidad.

¿Piensas que hoy en día la juventud se divierte de otras maneras cuando sale de marcha? ¿Es posible que, vista la experiencia de sus mayores, estos chicos le hayan visto las orejas al lobo y sean más responsables, por ejemplo, a la hora de sopesar lo que se meten en el cuerpo?

No conozco bien lo que hace la juventud actual cuando sale de marcha. Respecto a si han visto las orejas al lobo, evidentemente, las cosas han cambiado mucho, y de todo se aprende. Además, los nuevos modelos de familia, la tecnología y las leyes también han influido y alterado todo eso. De todas formas, intuyo que, básicamente, la gente que sale por las noches se dedicará a lo mismo que nos dedicábamos nosotros.

De todas maneras, quiero matizar que en «Historias de la chusma» no faltan relatos enclavados en la primera década de siglo, o en esta misma que acaba de terminar.

En tus cuentos las mujeres, objeto del deseo de tanto nocherniego desfasado, aparecen como aspiraciones casi fantasmales, para quienes las buscan. Estas persecuciones, muchas veces tratadas por ti de forma sarcástica, me crean bastante angustia cuando he recordado lo que nos solía pasar a nosotros…

¿Seguirá siendo tan complicado ligar en la noche como en nuestros tiempos? ¿Es posible que el uso indiscriminado de móviles y las redes sociales, algo que, por pura lógica, no aparece reflejado en tu libro, haya facilitado estos acercamientos en la juventud actual?

El ser que más aprecio en este mundo es una mujer interesante, y, si es bella, aún mejor; pero no creo que eso esté relacionado con ligar y, mucho menos, durante la noche. 

No creo que sea especialmente complicado ligar por la noche, sobre todo, porque la mayoría de la gente sale a eso. Me imagino que será un mito.

Los móviles y las redes sociales aparecen en el libro, como no podía ser de otra manera, en los relatos más actuales. Es evidente que toda esta interconectividad entre personas hace aún más fácil el contacto entre ellas. «Ligar», por múltiples razones, tiene que ser mucho más fácil que hace 25 años. Otra cosa es que ese contacto funcione.

Disfrutando cuentos tuyos como «Los falsificadores» «Espíritu Santo» o «Un artista romántico» no cuesta deducir que dedicarse al rock es una profesión de riesgo. Músicos suicidas o reventados por la heroína en plena madurez, o también en una situación de desfase personal, casi muertos en vida, abundan en estas desoladas páginas de «Historias de la chusma».

¿Por qué te parece que esta disciplina artística, y no la literaria o pictórica, sea la que más jóvenes cadáveres atesora? Me ha quedado la duda de si varios de los grupos de rock que aparecen en tus cuentos sean reales… En el caso de que los hayas cambiado de nombre, ¿puedes citar formaciones y músicos que inspiren tus historias de ficción?

Un músico puede ser el amo con sólo 12, 15 o 20 años. Evidentemente eso no es nada fácil de gestionar. En cambio, es algo que difícilmente ocurre en la literatura o en la pintura. Por otra parte, aquello que sube rápido tiene grandes posibilidades de caer de igual manera, y eso también es muy duro de digerir. De todas formas, la mala vida no va solo asociada a la música sino a la creación en general. Son pocos los padres y madres que deseen un hijo artista. Por algo será.

Respecto a los grupos y músicos que me han inspirado para escribir algunos de los relatos de «Historias de la chusma» creo que, para el que lo quiera ver, no son difíciles de adivinar. Podríamos citar a Cancer Moon o a Kortatu, pero también a Alaska y los Pegamoides o a Los Secretos, a Sam Cooke o a Moby, a Nirvana o a Atom Rhumba, sin que necesariamente todos tengan que ser de mi gusto. De todas formas, la música en «Historias de la chusma» no es más que otra referencia de la cultura pop, que, me atrevería a afirmar, está presente en casi todo el libro. Supongo que ser un músico frustrado —como fui en mi adolescencia— también influirá en que me sienta atraído por ese tipo de personajes. Entre los artistas y formaciones que me inspiran a la hora de escribir podría citar cientos, pero algunos de los más sugerentes para mí, hoy en día, podrían ser Patty Smith, Lou Reed, Nick Cave o Lana del Rey.

2. Talento y técnica en «Historias de la chusma».

Tensión mantenida a la hora de desarrollar los relatos y habilidad para dejar noqueados a tus lectores han sido los primeros aspectos que he destacado en mi reseña.

Desconozco el tiempo invertido en terminar estas «Historias de la chusma» que justo ahora cumple su primer año de vida.

Dime, ¿ha sido un libro especialmente complicado de parir?

Muchas gracias por verlo así. Mi vida laboral se ha desarrollado, sobre todo, en el mundo audiovisual. Tuve mi propia productora y, en esas labores, he escrito bastantes guiones de cine y televisión y he dirigido cortometrajes. Comencé a escribir literatura hace unos 3 años como terapia y, mayormente, como deporte. Un año antes había empezado a escribir con cierta regularidad un blog de cine (en euskera) que me hizo constatar que tenía bastante soltura a la hora de juntar palabras, cosa que, por otro lado, ya sabía porque siempre me lo comentaban mis compañeros del mundo audiovisual. Ver publicadas mis entradas con regularidad me animó a escribir también ficción literaria. Sí que hubo un elemento esencial en la decisión del cambio de género: la literatura, respecto al audiovisual, cuenta con la ventaja de que solo gastas teclado. En esas circunstancias, no creo que este libro me haya resultado especialmente complicado de escribir. Quizás sea la osadía del novato.

Los relatos son frescos y ágiles algo que, salvo algún «genio» esporádico, pretendidamente barojiano, solo se consigue corrigiendo los textos una y otra vez. ¿Puedes confirmarme que eres un perfeccionista en lo referente a las cuestiones del estilo?

Para mi un cuento es como una canción o, incluso, un poema. Soy muy perfeccionista, así que se puede afirmar que has dado en el clavo. Igual que una canción que empieza aflorar y hay que reescribirla a cada golpe de inspiración; para mí un cuento es algo que escribo y que, por supuesto, reescribo. Bajo mi punto de vista, reescribir es fundamental para que un cuento te penetre, de principio a fin, como un poema o una canción.

Los finales, además de contundentes, son poco dados al optimismo… ¿Encuentras la vida tan dura, inhóspita y salvaje como en tu libro? ¿La literatura es una forma de catarsis para tu supervivencia?

Con el tiempo me di cuenta de que la mayoría de las cosas que le gustaban a la mayoría de la gente, a mí, no me solían gustar. A partir de ahí —de una forma natural y sin ergotizar demasiado— asumí que las cosas que me gustaban eran minoritarias, y eso me tranquilizó porque me dio perspectiva y porque, al mismo tiempo, me hizo consciente de que, aunque mis gustos son y serán minoritarios, existe en este mundo una legión de gente que mataría por ellos.

Respondiendo a tu pregunta, claro que la vida resulta muchas veces inhóspita y dura; pero yo procuro reírme de todo eso. La verdad es que no considero que los finales de los cuentos de «Historias de la chusma» sean poco dados al optimismo. Creo, simplemente, que muchos de sus personajes están bastante chiflados —si no están completamente locos—; y pienso que es la naturaleza de esos personajes desequilibrados lo que trae consigo esas situaciones duras y contundentes. Pero, por supuesto, para mí todos esos desquiciados son una fuente de inspiración única, porque en ellos conviven las pulsiones humanas en estado puro.

Por supuesto que la literatura es para mí —y creo que para todos los que escriben— una forma de catarsis. Se aprende mucho —de uno mismo y de los demás— escribiendo. Tengo que confesar que este libro, a pesar de no haberme traído reconocimiento alguno, me ha procurado grandes satisfacciones porque todo el mundo que lo ha leído y se ha acercado a mí me ha comentado que ha disfrutado con él. Parece una tontería, pero, para mí, eso debe de ser muy importante porque me hace sentir bien. Y eso es lo que queremos todos, ¿no?

Respecto a lo que a mí me han parecido sucesos personales incorporados con talento y éxito a tus relatos, ¿puedes confirmar que en cuentos como «En el festival de blues», o los desarrollados por Europa, ficción y situaciones previamente vividas por ti coexisten?

Todos los relatos de «Historias de la chusma» contienen algo que yo, aunque sea en tercera persona, he vivido, me han contado, he leído o he escuchado. En concreto, ese título que citas es bastante autobiográfico, probablemente el que más. Por supuesto, también he estado en todas las ciudades que aparecen en el libro. De mi época de guionista recuerdo el sabio consejo de Linda Seger: primero escriba usted sobre lo que conoce. De todas formas, no faltan excepciones como «Toumani» o «La prisión»; pero, muy posiblemente, lo que me dio seguridad para escribir este último relato es que la verdadera prisión puede estar dentro de nosotros mismos; absolutamente de todos.

3. El sentido del humor de Oskar Bilbao.

Sabes usar una fina ironía a la hora de presentar situaciones como la que motiva el cuento «Bla, bla, bla», con ese grupo de gente desconocida reunida en un coche. Y el más devastador sarcasmo hace acto de presencia en «En busca de la marcha», donde radiografías sin concesiones ese after superpoblado de muertos en vida.

Sin embargo, creo que puedes no ser consciente de haber provocado mis carcajadas en un relato tan tremendo como es «Bilbao-Miranda». Esos 4 yonquis con el cerebro frito llevando a Madrid 50 kg de cocaína en un maletero me han parecido como salidos de «El gran Lebowsky» o de «A propósito de Llewyn Davis».

¿Te desconcierta que alguien se descojone con ese relato? ¿Puedes confirmarme que las buenas pelis de los Coen estén detrás de varios cuentos tuyos? ¿Puedes decirme alguna otra influencia fílmica y, ya de paso, literaria, en tu quehacer narrativo?

No me desconcierta que alguien se descojone leyendo «Bilbao-Miranda». Lo considero un relato absolutamente humorístico. Veo que has conectado con él y eso me agrada. El caso es que mi humor es un humor bastante caustico y corrosivo, y, por ejemplo, también considero relatos humorísticos «El Modigliani» o «Toumani», a pesar de contener, ambos, grandes tragedias. La verdad es que los Coen me gustan mucho, aunque no estén exactamente en primerísimo altar dentro del cine que amo. Si la influencia de su ironía y humor está presente «Historias de la chusma», no he sido consciente en ningún momento, la verdad. De todas formas, ¿a quién no le agradaría una comparación como esa? Muchas gracias. Como fuentes de inspiración humorística citaría a los grandísimos hermanos Marx, sobre todo a Groucho.

4. Dos cuentos largos.

Sin desmerecer a ninguno de los otros, a mí los dos cuentos de mayor extensión de tu libro son los que más me han gustado.

«Segundo de ikurriñas» es un cuento valiente en el que reflejas aquellos momentos tan especiales que se vivieron a la muerte de Franco, unos momentos vistos a través de los ojos de los alumnos de un colegio de curas en Bilbao.

Pocas páginas te sobran para situar de forma certera los comienzos de la Transición en Euskadi. Dado el éxito que logran algunos autores rememorando esos años, ¿no te tienta tratar el tema usando un formato de mayor extensión como es la novela? ¿Consideras que es adecuado el momento actual para inspirarse en aquellos años de plomo como asunto narrativo, o, por el contrario, crees que no ha pasado tiempo suficiente como para tratar los diversos terrorismos que se vivieron en el Estado con suficiente rigor e imparcialidad?

Soy, por naturaleza, una persona muy poco políticamente correcta, y no comulgo con expresiones como «los años de plomo» que considero propaganda oficial; pero bueno, eso me pasa con muchas más cosas. «Segundo de ikurriñas» es un relato muy querido por mí que, aunque no es autobiográfico, contiene mucho de mi mismo.

Efectivamente, creo que ya empezamos a tener perspectiva para escribir sobre ese tema, y, más de una vez, he sentido la tentación de escribir algo de más extensión sobre ello. De hecho, «Segundo de ikurriñas» contiene una historia (la de Aurre) que formaba parte de un guion de un largo —el cual no llegó a producirse— que escribí hace ya años y que, por supuesto y parafraseando a Iban Zaldua, también abordaba «la Cosa».

En «La primera vez» presentas uno de los personajes más odiosos de la literatura con que yo me haya topado en tiempo. Me refiero, obviamente, a la fotógrafa.

¿Cómo llegas al mundo de los skaters? ¿Has practicado este deporte o tuviste que documentarte?

El talento de los dos competidores del campeonato tiene diferente cara. El de Jon, aun siendo más dado a la genialidad, parece más irregular que el de Kerman, no tan artista pero de gran seguridad a la hora de ejecutar fastslides y royals.

Dos maneras universales de aplicar el talento al deporte… Extrapolándolas al mundo literario, ¿de quién te sentirías más cerca como creador, de Jon o de Kerman? 

Empezando por el final, sin duda alguna, me siento más cerca de Jon que del superhéroe altanero que es Kerman. Respecto a lo de los skaters, he de aclarar que el relato versa sobre rollers. Llámale a un skater roller y es posible que te acaben partiendo la cara. Ya se sabe cómo pueden llegar a ser las relaciones de fratricidas.

La verdad es que no tengo ni idea de patinar, razón por la que, efectivamente, algo sí que me documenté. Sin embargo, tengo algún amigo roller y conocerle fue la mejor documentación.

«La primera vez» es, por otra parte, un relato cuasi iniciático, como el mismo título sugiere. Respecto a la descripción que haces de Sara, no era mi intención mostrar a un personaje tan odioso, ni mucho menos (y para mí no lo es); pero me satisface oír decir eso porque veo que ha dejado huella en ti como lector.

***

Oskar Bilbao.

 

Último post

El Modigliani (pasaje)

  El Modigliani (pasaje) Aunque odio a los niños, mis hermanas y cuñados me habían obligado a disfrazarme de Olentzero aquellas navidades....