Historias de la Chusma, primer libro de relatos de Oskar Bilbao, se publicará en diciembre de 2017.
El primer libro de relatos
de Oskar Bilbao, Historias de la Chusma, se publicará principios de diciembre. El libro se presentará en un
lugar de Bilbao por determinar durante ese mismo mes. El diseño de la cubierta correrá a cargo del artista Natxo Martínez Gorriz.
Para su edición, la asociación Kuletxov Factory
va a poner en marcha durante los próximos días una campaña de crowdfunding en
la plataforma Verkami. Aquí podéis ver el vídeo
que incluirá la campaña.
A continuación tenéis 2 pasajes a modo de bocado de lo que será el libro:
El Modigliani
Aunque odio a los niños, mis hermanas y cuñados me habían obligado a
disfrazarme de Olentzero aquellas navidades.
—Quiero una cámara de fotos con wifi, una mochila de La Patrulla Canina, un
yoyó, y un juego para la Wii2 a medias con mi hermana Oihane.
Al principio, creí que aquello iba a acabar desbaratando mi plan, pero no
fue así. Hacía años que no había hablado con C y sabía que sólo una llamada
imprevista en un día imprevisto podría captar su atención.
—Hola, C, soy Koldo Hurtado. ¿Cuánto tiempo, eh?
—Ah, Koldo, sí mucho tiempo. Dime.
—Perdona que te llame en un día como hoy, pero creo que tengo algo que te
puede interesar.
—Tengo todo el año que viene completo, ya lo siento.
—No, no es eso. He encontrado unos lienzos en una vieja nave de antes de la
guerra. Creo que uno incluso podría ser de Modigliani. O de un discípulo. En la
parte trasera del lienzo pone Cliff de Hory. Iba a llamar a Icaza, pero creo
que no está a tu nivel.
Aunque era Nochebuena, C mordió la cucharilla como una lubineta. Yo conocía
sus puntos flacos y estaba dispuesto a aprovecharme de ello. Pronto vi, además,
que el hecho de que mis hermanas y cuñados me hubieran endosado a última hora
aquel muerto no iba a ser en absoluto un obstáculo. A fin de cuentas, todo el
mundo tiene que hacer algo en Nochebuena. C, por ejemplo, me dijo que iba a
cenar con la familia de su atractiva esposa.
A pesar de que no me daba tiempo para poder pasar por casa a cambiarme, no
quise retrasar la hora de mi cita con C. Al fin y al cabo, ir vestido de
Olentzero en Nochebuena no es algo tan raro.
Lo vi llegar a lo lejos por la Gran
Vía. Lo reconocí en seguida por su andar falsamente seguro. Mi sorpresa fue
mayúscula a medida que se acercaba. Cuando cruzó a la Plaza Elíptica vi
claramente que él también venía vestido de Olentzero. Encima del disfraz
llevaba un abrigo caro negro, estrecho por la cintura. Aquello, junto a la
txapela, las medias de lana blanca y las abarcas de cuerdas, lo hacía parecer
aún más ridículo que yo mismo. No se había quitado ni la barba. En ese instante
me di cuenta de que yo tampoco. También recordé entonces que aún llevaba el
saco de carbón atado a mi espalda. Mi hermana Eunate me lo había cosido para
así poder agarrar a los niños en brazos sin que me molestara, y se me había
olvidado quitármelo.
C seguía caminando hacia donde yo me encontraba. Me vino la imagen de dos
Olentzeros reunidos en medio de la Plaza Elíptica a las doce de la noche. Los
chavales que habían quedado en la fuente miraban con cara de mosqueo. De
inmediato, intenté apartar aquella visión de mi pensamiento para poder
concentrarme mejor.
Yo había conocido a C al terminar la carrera. Ambos éramos dos jóvenes con
ganas de ser reconocidos como artistas. Su problema era que no tenía talento ni
para hacer fractales. Mi problema, sin duda alguna, fue C.
Ocurrió hace exactamente 23 años. Era invierno y mi amiga Ana Ezkurza había
organizado una exposición de artistas de la India y Pakistán. La exposición,
aparentemente, había sido un gran éxito si nos ateníamos a los periódicos o a
las diferentes emisoras. Incluso se emitió un reportaje en la tele de entonces.
Pero no se vendió un solo cuadro.
(...)
Continúa en el libro. ¡Colabora como mecenas!
Toumani
—¿Entiendes, o no entiendes?
—Claro que entiendo.
—Me parece que no me estas entendiendo —contestó Óscar ya algo cansado.
—Te estoy entendiendo perfectamente —repliqué yo categórico.
Óscar se frotaba la barbilla con nerviosismo. La piel blanca de sus brazos
contrastaba con el azul y el rojo de sus tatuajes. Tras mirar por un momento al
suelo, se dirigió a mí por última vez:
—Ya veo que no entiendes nada —se dio la vuelta y se marchó contrariado.
Yo acababa de terminar el curso de Auxiliar de Geriatría y no llevaría allí
ni una semana. Hacía solo unos días que había conocido a Óscar. Y a Julio.
—Buenos días, Julio.
—Buenos o normales, que tampoco hay que exagerar.
Julio tenía 88 años y, según él, había vivido la vida a tope. Había pasado
sus días, hasta hace relativamente poco, viviendo con su difunto hermano
Rodolfo, soltero como él. Cuando se quedó solo decidió ingresar en Gereño.
—¿Qué? ¿Ya han bajado los walking?
—Están
ya todos colocados —dije yo sonriendo—, la única que se movía un poco era
Dolores.
Julio se refería a los de la planta baja. Luego, en tono más apagado,
añadió:
—A algunos da miedo mirarles… no te
vayas a convertir en uno de ellos.
La verdad es que todos los de aquel grupo, aunque suene duro decirlo, eran
más vegetales que personas. A mí, como era nuevo y aún estaba en prácticas, no
me dejaban atenderlos. Me habían asignado a los más vivos. Y entre ellos estaba
Julio. ¡Qué tío!
—Hola, moreno, ¿qué vamos a hacer hoy?
—Tú no sé, Julio, pero yo, trabajar.
Aunque, por supuesto, era excepción en aquel lugar, Julio iba al cine todas
las semanas. Además, alguien le había regalado una tablet en la que veía
películas, series, y quién sabe qué más. Julio no tenía parientes directos y
nunca vi que nadie viniera a visitarlo.
La primera vez que vi a Óscar, en cambio, no fue en Gereño. Había sido un
día en el que yo estaba con mis amigos del equipo de fútbol. Alguien propuso
entrar en un bar donde había un concierto. Óscar tocaba la guitarra. El grupo
no era bueno pero iban vestidos con pintas de vaqueros, y con eso y el tupé de
Óscar trataban de suplirlo.
Desde ese instante me quedé con su cara. Además, en ese mismo concierto a
Oscar se le cayó una jarra de cerveza sobre una chica empapando su peinado
súper cardado, y esparciendo cientos de añicos de jarra por todo el bar. Y es
que Óscar tenía todos los boletos para ser un desastre. Uno de esos tipos de
los que hablaban en los programas de integración y de los que me da pánico ser
pero que, por alguna razón, me hacen gracia.
(...)
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